Para mi llegar a Ushuaia suponía muchas cosas, era un sueño de niño, ya que recuerdo siendo pequeño ver junto a mi padre el programa de Álvaro Bultó Ushuaia: la última frontera y era un poco la meta final de este viaje, así que cuando llegué me desinflé un poco, había disfrutado tanto en el camino y había conseguido llegar a mi destino, que estar allí ya no tenía tanta gracia. Además seguía cabreao con los argentinos por sus políticas de diferencia de precios. Pero bueno, busqué un poco dentro de mí y, como diría una que yo me sé, positivicé.
Por la mañana (miércoles 20 de octubre) hablamos con los chavales del hostal para ir al Parque Nacional de Tierra del Fuego, y nos dijeron que la única manera era contratar un microbus que te llevaba y te recogía. El microbus pasó a buscarnos a los 4 (Lynn, Luca, Florent y yo) un rato después y allí nos fuimos. La verdad que a pesar del precio de la entrada (por supuesto 10 veces más caro para los extanjeros) y que la única información que nos diesen fuese un mapa de senderos fotocopiado, el sitio es increíble. Nos fuimos andando por todo el borde del Canal Beagle, con un día excepcional, con unas calas paradisiacas de aguas transparentes (aunque el agua estaba pa mirarla y no tocarla), en mitad de un bosque que llegaba hasta escasos metros del agua. El sendero de unos 15km concluye en la Bahía Lapataia, el lugar donde acaba la Ruta 3, junto a uno de los monolitos que hacen de frontera con Chile, y un lugar que tiene el simbólico honor de ser considerado “el fin del mundo”. Desde allí regresamos al hostal y nos fuimos a una “quedada” que Lynn había organizado con algunos de las personas que viajaron en el barco con nosotros.
Vista del Canal Beagle con una pareja de Cormoranes de cuello negro (Phalacrocorax magellanicus)
Al día siguiente (jueves 21 de octubre) decidimos hacer un poco el vago, y salimos a comprar algunas cosas para cocinar en el hostal. A la comida se unieron un chico francés (Antoine) y una chica belga de origen vietnamita (Kim), que habían llegado la noche anterior al hostal. Por la tarde salimos a recorrer un poco la ciudad y mirando los precios de las demás actividades que ofrecía la ciudad, pero todo era una locura. Por la noche habíamos quedado con unos tipos argentinos que estaban alojados en el hostal en hacer un asado, así que compramos todas las cositas, y nos pusimos manos a la obra. A la mesa había seis argentinos (entre ellos los 2 dueños del hostal), dos franceses, una belga, una estadounidense, un italiano, un colombiano y un españolito (el que escribe). La verdad que fue una experiencia muy divertida.
Por la mañana había que comenzar el regreso, y pretendíamos hacerlo de la misma forma que habíamos llegado, haciendo dedo. Eso lo contaré otro día.
Sed buenos
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